La última fanega
de García Orio-Zabala, Antonio
Era por los primeros años de los 60. Una provincia inmóvil se conmovía pocas veces. Recuerdo los afanes de muy contadas personas. Y los coletazos de un tradicionalismo provinciano, quieras que no, herido de muerte. Todavía no existía el "yogurt" (ahora que hay tanto, casi es peor) ni el "donuts", ni la cabina. La capital era de esas ciudades provincianas de las llamadas respetables en la que había pocos Bancos, con mayúsculas, y algunos más que ahora para los paseantes minúsculos.
La inquietud, por aquellas fechas inmóviles, sólo se podía manifestar por ciertos cenáculos o de cierta manera. Privaba entonces el hábito censorial -siempre ha sido la Patria constante en sus persecutorios afanes- aunque comparto la opinión de Henry King de que la censura ayuda a aquellos que tienen algo que decir, agudizando su ingenio.
Posible muestra de ellos tenemos en la erialidad alcanzada últimamente por nuestro pensamiento desde que a los pensadores nacionales mártires de la censura anterior, se les ha dejado pensar libremente.